martes, 21 de mayo de 2013

Pájaro triste

Ayer un hombre murió en la isla. Del otro lado del océano la noticia cayó como una tormenta. Su hijo sobrevuela el mar como el pájaro triste que regresa al nido y lo encuentra vacío y ruinoso. Lleva atoradas en el pecho las palabras que ya no podrá decirle nunca. Las lleva bien adentro, como un doloroso amasijo de espinas que le impiden respirar. Piensa en la última vez que habló con él. Lo notó animado, lo escuchó reír desde el otro lado de la línea. Pero no le dijo lo importante, no le contó su desgracia. No le pidió consejo pues se lo pediría cara a cara dentro de un mes, cuando fuera a visitarlo. Piensa en todo eso, piensa en todo lo que no le oirá decirle, en las bromas que ya no le gastará. En la orfandad que lo inunda, que lo invade, que lo desampara.

Mañana abrazará a su madre, pero será inútil, el consuelo no llegará. El sol de la isla le quemará la cara y sus humedades se confundirán con sus propias lágrimas. Aquél hombre hacía de la isla un sitio habitable y hermoso al que siempre apetecía volver. Ahora que él ya no está, la miseria de la isla se asoma por todos lados. La ausencia de su viejo le perfora el alma. Ese viejito flacuchento se ha marchado para siempre y con él la belleza de todo el pueblo. Un pueblo pequeño del que ha desaparecido, también desde ayer, el entrañable hogar de su infancia.  
  

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