martes, 21 de mayo de 2013

Pájaro triste

Ayer un hombre murió en la isla. Del otro lado del océano la noticia cayó como una tormenta. Su hijo sobrevuela el mar como el pájaro triste que regresa al nido y lo encuentra vacío y ruinoso. Lleva atoradas en el pecho las palabras que ya no podrá decirle nunca. Las lleva bien adentro, como un doloroso amasijo de espinas que le impiden respirar. Piensa en la última vez que habló con él. Lo notó animado, lo escuchó reír desde el otro lado de la línea. Pero no le dijo lo importante, no le contó su desgracia. No le pidió consejo pues se lo pediría cara a cara dentro de un mes, cuando fuera a visitarlo. Piensa en todo eso, piensa en todo lo que no le oirá decirle, en las bromas que ya no le gastará. En la orfandad que lo inunda, que lo invade, que lo desampara.

Mañana abrazará a su madre, pero será inútil, el consuelo no llegará. El sol de la isla le quemará la cara y sus humedades se confundirán con sus propias lágrimas. Aquél hombre hacía de la isla un sitio habitable y hermoso al que siempre apetecía volver. Ahora que él ya no está, la miseria de la isla se asoma por todos lados. La ausencia de su viejo le perfora el alma. Ese viejito flacuchento se ha marchado para siempre y con él la belleza de todo el pueblo. Un pueblo pequeño del que ha desaparecido, también desde ayer, el entrañable hogar de su infancia.  
  

martes, 14 de mayo de 2013

Esfinge


Ella espera paciente la caída de las galletitas que como cada día le lanzará la generosa vecina de arriba. Cada mañana le caen dos "galetes sense sucre" de las que Montse, mi vecina, se compra para su propio consumo y desde hace años, también para el consumo de Guinness. 
La perra todas las mañanas la espera sentada y tranquila, con la mirada fija hacia el balcón, no se mueve de ahí en cuanto la oye trajinar por la cocina. Y espera. La vecina sale y se la encuentra ahí, mirando. 
Lo mejor de todo, Guinness sabe contar. En cuanto cae la segunda y la devora, sabe que ya no habrá otra hasta la mañana siguiente en que la volverá a esperar, quieta ahí como una esfinge.

Más vale fuera que dentro

Foto: Cuartoscuro

Mientras Don Goyo vaya liberando los gases, no habrá problemas graves, dicen los expertos. No cabe duda que es un ser vivo este volcán. Bien dice el refrán: más vale fuera que dentro. Más vale un gaseo entre amigos, que un cólico a solas, sin duda.
Ojalá se le pase pronto la indigestión.

lunes, 13 de mayo de 2013

Caza-fantasmas

El cuento es breve aunque podría ser interminable. Se ha soñado de diversas formas, con muchos finales y despertares. Atroces y atormentados para una, pero felices para la persona con la que  comparte el lecho. Una despierta y ya no tiene cabida en la cama matrimonial, la otra abre los ojos y quien está a su lado es su amor perdido de los veinte años; aunque ahora tiene ya cuarenta y unas cuantas cicatrices en la espalda. Sin embargo la historia continuará y será interminable, pues el cruel fantasma de la nostalgia dará siempre ramalazos,  estropeándolo todo. Se solicitan pues, con extrema urgencia, los discretos servicios de un caza-fantasmas, la eficiencia es un requisito indispensable. Buena recompensa.
 

jueves, 9 de mayo de 2013

El último aliento



Una mañana en la oficina, alguien se subió al ascensor y se dejó ahí el aliento. El tufo se quedó ahí atrapado  y atormentó durante toda la mañana, a traición y con alevosía, a toda nariz inocente cuyas piernas perezosas evitaron la escalera. En cuanto las puertas de la cámara de tortura se cerraban, ya no había escapatoria. Era entonces cuando el abandonado aliento aprovechaba para dejarse sentir, todopoderoso y maloliente.
Fue así como descubrimos que al investigador del último cubículo del tercer piso, lo estaba envenenando su mujer. Cuando llegó la señora de la limpieza, lo encontró tendido, sin aliento y con la típica manchita azul que deja el cianuro en los labios. 
No hubo nada que hacer. El aliento sigue deambulando por el ascensor, aunque ahora además de apestar, aúlla. 

miércoles, 8 de mayo de 2013

La sotana del ministro



Había una vez, en un reino desgraciadamente no muy lejano, un ministro de justicia. Vestía de manera normal para sus funciones parlamentarias, ya se sabe: traje oscuro y corbata. Pero debajo de esas ropas, se escondía una negra sotana de numerosos botones. El ministro se sentía incómodo, los botones no paraban de hacerle cosquillas. Sólo abandonaban la molesta tarea cuando conseguían que de su boca salieran las leyes más puritanas y absurdas, más dignas del siglo XII que del siglo XXI. Las mujeres no podían creer lo que de esa boca salía. Llevaban toda la vida siendo responsables de sus propios pensamientos y de sus actos. Ahora según las leyes de aquel ministro de pacotilla y reclinatorio, las mujeres serían declaradas víctimas de sus propios razonamientos y decisiones. Todo gracias a la estulticia descomunal de aquel hombre y a los innumerables botones de su oculta, pero muy muy demandante, sotana. 


El polvo de un volcán


Si te hubieras quedado, quizá ese corazón enfermo que tenías no habría estallado aquel lejano octubre. Ella te habría convencido la noche anterior al día fatídico del adiós y con suerte ahora tendrías un corazón diez años más viejo, pero aún vivo. Nunca se sabe, con la suerte de vuestra parte, a tu madre no le habría fallado el marcapasos un año más tarde. Y seguiría cocinando alegremente la carne para los demás aunque ella fuera vegetariana. Seguiría fumando a escondidas, aunque menos, pues en lugar de humo y lágrimas estaría echando carcajadas a tu lado como cada tarde.
Te lo advirtió. A ella nadie la deja. Para dejarla han de abandonar el mundo y luego convertirse en el polvo que deambula y acaricia las rocas. Esas rocas oscuras que conforman las faldas de tu volcán favorito, aquellas accidentadas superficies en las que ahora te depositas y descansas los días en que el viento esta calmo y ausente, como tu cuerpo. 

martes, 7 de mayo de 2013

La paciencia de una cana

Se conocieron hace muchos años. Se enamoraron a tropezones, con todo siempre en contra. Eso de coincidir en tiempo, en espacio y en libertad, nunca los acompañó. Se perdieron la pista desde hace varias décadas. Se piensan y se imaginan a veces, cuando la nostalgia del hubiera se les mete en la cama. No se han vuelto a ver ni a saber. Él la recuerda alegre, ella lo recuerda atormentado. Los dos ya hace tiempo que peinan canas. En secreto ambos esperan tener la oportunidad de echar alguna al aire juntos, cuando el camino accidentado de la vida los vuelva a reunir. Por eso él cuida con esmero la única que le queda y hasta le ha puesto su nombre.