jueves, 9 de mayo de 2013

El último aliento



Una mañana en la oficina, alguien se subió al ascensor y se dejó ahí el aliento. El tufo se quedó ahí atrapado  y atormentó durante toda la mañana, a traición y con alevosía, a toda nariz inocente cuyas piernas perezosas evitaron la escalera. En cuanto las puertas de la cámara de tortura se cerraban, ya no había escapatoria. Era entonces cuando el abandonado aliento aprovechaba para dejarse sentir, todopoderoso y maloliente.
Fue así como descubrimos que al investigador del último cubículo del tercer piso, lo estaba envenenando su mujer. Cuando llegó la señora de la limpieza, lo encontró tendido, sin aliento y con la típica manchita azul que deja el cianuro en los labios. 
No hubo nada que hacer. El aliento sigue deambulando por el ascensor, aunque ahora además de apestar, aúlla. 

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