Si te hubieras quedado, quizá ese corazón enfermo que tenías no habría estallado aquel lejano octubre. Ella te habría convencido la noche anterior al día fatídico del adiós y con suerte ahora tendrías un corazón diez años más viejo, pero aún vivo. Nunca se sabe, con la suerte de vuestra parte, a tu madre no le habría fallado el marcapasos un año más tarde. Y seguiría cocinando alegremente la carne para los demás aunque ella fuera vegetariana. Seguiría fumando a escondidas, aunque menos, pues en lugar de humo y lágrimas estaría echando carcajadas a tu lado como cada tarde.
Te lo advirtió. A ella nadie la deja. Para dejarla han de abandonar el mundo y luego convertirse en el polvo que deambula y acaricia las rocas. Esas rocas oscuras que conforman las faldas de tu volcán favorito, aquellas accidentadas superficies en las que ahora te depositas y descansas los días en que el viento esta calmo y ausente, como tu cuerpo.
Maravillosa entrada.
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