viernes, 3 de junio de 2016

Cucú

A mi abuelo
En la blanca pared del comedor de su casa había un cucú. A mí me parecía una máquina mágica y fascinante: era un reloj habitado por un pajarito diminuto. Me lo imaginaba todo el tiempo trabajando, sin detenerse ni un segundo, pues perdería el hilo del tiempo. Ese bichito no paraba nunca, ni de día ni de noche. Cada media hora, religiosamente, aquel pajarito abría la puertecita de su casa para asomarse a saludar y para, sobretodo, piarle la hora exacta a quien estuviera cerca. 

Hace tiempo que esa maquinaria fascinante dejó de funcionar. El pajarito, un buen día, dejó de asormarse a la puerta de su casa. Quizá dejó de hacerlo porque mi abuelo ya no estaba más para escucharlo cantar.

Ese cucú ya no cuenta las horas, ni los años. Ni siquiera sé si aquél incansable pajarito sigue detrás de aquella puertecita. 

Pero yo sí recuerdo, con total precisión y con todo el cariño, que si su tiempo tampoco se hubiera detenido hace exactamente 29 años, mi querido abuelo estaría celebrando hoy su cumpleaños número 106.

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