Esta mañana de la cama brinqué al laboratorio para hacerme unos análisis clínicos de rutina. Es una operación para mí harto complicada porque no puedo salir de casa sin antes haberme tomado un café. Ha de ser doble, con un poquito de leche. Y es una cosa que hago automáticamente: me levanto y como un zombie voy directamente a la cocina a prepararlo.
Llevaba días intentando ir al laboratorio pero cuando me daba cuenta ya me había tomado de manera automática el café y el potito de yogur ese para controlar el colesterol. Así que hoy pasé directamente de la cama a los vaqueros y a la calle. Dudé, de hecho, si de plano irme así, embutida en mi pijama rosa de invierno que es de una tela casi de peluche y cuya parte de arriba dice: "soy el alma de la siesta" -genial obsequio de mi mamá-, pero, aunque estaba un poco dormida, el pudor no me lo permitió. ¿Y si en el camino me encuentro a alguien y yo en esas fachas?
Total, como sólo iba a salir un momento -el laboratorio está cerca de casa-, dejé las puertas abiertas de par en par. No las de la calle, sino las propias de la casa que quedan regularmente vedadas para la cuadrúpeda que también vive conmigo.
Llegué al laboratorio y me dijeron: uy, no trae la muestra de orina. Y yo dije: pues no pasa nada, se la doy ahora mismo. La señora que me atiende contestó, bueno, pero es que tiene que ser la primera del día. Ningún problema, le dije yo, lo será. Las tres personas que había ahí en ese momento cerca del mostrador voltearon a mirarme con incredulidad. Y hasta una exclamó: ¡caray, yo lo primero que hago al levantarme es hacer pis! Y en coro todo el mundo: yo también, yo también, yo también. Sí, concluyó el médico, todos lo hacemos.
Y en fin, tuve que ventilar públicamente eso de que, bueno sí, yo también me levanto y hago pis, pero vivo cerca, brinqué de la cama directamente para acá, no puedo salir a la calle sin antes tomarme un café doble con leche, cuando me doy cuenta ya me lo tomé, etc.
Y entonces el médico me extendió un frasquito diminuto de plástico: tenga, allí está el baño. Ajá. A esas horas. Y sin café. ¿Y si no le atino al agujerito del frasquito? ¿Y si me meo la mano? ¿Y si se desborda? ¿Será una cantidad suficiente? Ay, ¡qué bonito color! Ains, está caliente.
Total, salí con mi humillante frasquito, caliente y dorado. Se lo entregué. Y sí, era suficiente. De la temperatura y del color, no comentó nada.Y pasamos a las agujas. Yo prefiero no mirar, así como que no me entero y ni me duele.
Firmé los papeles, dí mi correo electrónico (qué maravilla, envían los resultados por email) y volví a casa para empezar el día de manera decente con un café, doble, con un chorrito de leche. Y un buen baño.
Llegué, pues, a casa. Habían pasado 15 minutos, no más, desde que salí. Y en ese pequeño lapso, a Trufa le dio tiempo de destruir 3 bolsas de plástico, que encontró en tres habitaciones distintas, y desparramar y mordisquear su contenido. Y de comerse, porqué no si el día va de análisis, los flamantes resultados de mis mamografías.